Vi esta frase en un anuncio de productos para cabello. Y me hizo pensar en cómo hacemos lo mismo en nuestra vida, no sólo en algo cosmético. Tenemos relaciones dañadas, sueños dañados, y en lugar de buscar la forma de repararlos nos vamos por la salida fácil, cortar esa área o esa persona de nuestra vida.
No quiero que me malinterpretes, si hay una persona en tu vida o un mal hábito que te está causando daño lo mejor es cortarlo. Pero hay situaciones que aún pueden salvarse y por las que vale la pena luchar, y muchas veces no lo hacemos por orgullo o por miedo. En mi caso, casi siempre es por la primera.
Hace un par de años tuve un problema en la iglesia a la que asisto. Nada muy grande o grave, pero a mi me molestó mucho porque me pegó en mi ego. Y mi reacción no solo fue enojarme, sino alejarme de la iglesia por un par de meses. Fueron como dos o tres, en realidad no fue la gran cosa, era más bien un berrinche.
Se puede decir que “corté” esa parte de mi vida temporalmente, pero con el tiempo me di cuenta que esa herida y falta de perdón en mi corazón estaban afectando otras cosas en mí, en mi toma de decisiones y en mi relación con Dios. Yo creí que el ignorar esa “ofensa” iba a hacer que todo desapareciera, pero en realidad solo estaba ocultando una herida que tarde o temprano iba a descubrirse nuevamente.
Eso es todo lo que el enemigo necesita, un pequeño espacio, una pequeña herida, para entrar y hacer de las suyas. Pero Dios habló a mi vida y con mucho amor me dijo “repáralo”. Comencé por ir con mi líder y el pastor de mi red a contar lo que pasaba en mi interior. Luego recurrí a eso que estaba huyendo por tanto tiempo: hablar con quienes me habían hecho daño.
Al principio fue incómodo hablar con esas personas, pero mientras avanzamos en la conversación fui sintiendo como se me quitaba un peso de encima. Luego de exponer cómo nos había hecho sentir a cada parte esa situación, llegamos al momento del perdón. Yo pedí perdón por mi actitud, y ellos pidieron perdón por lo que sus acciones habían causado en mí.
Y al terminar de hablar sentí paz. Tal vez no se cerró instantáneamente la herida, pero comenzó el proceso de sanación. Descubrí que, así como el cabello, el corazón se repara por medio de un proceso que comienza con el perdón. No es una pócima mágica, pero sí algo que al ponerle la debida atención y cuidado, puede restaurarse.
Eso de reparar una relación, de hablar las cosas de frente, no es algo fácil, pero sumamente necesario para sanar y crecer. Esto aplica para todo tipo de relaciones, con alguno de tus papás, de tus hermanos, de tus amigos, de tus líderes. Relaciones donde tal vez hubo una ofensa, una traición o un malentendido. El perdón hacia ti y hacia otros puede ayudarte a reparar esas relaciones y sobre todo, a reparar tu corazón.
Por eso hoy quiero invitarte a que no cortes esa área o esa relación que aún tiene propósito en tu vida. Repárala. Pero lo más importante, hazlo con la ayuda de Jesús.
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