Hay días donde lo único que quiero hacer es pasar desapercibida, desaparecer, que nadie pueda ver lo que está pasando en mi interior.
Muchas veces he ido a la iglesia en modo capa de invisibilidad de Harry Potter. Camino rápido, evitando contacto visual con las personas e incluso viendo mi teléfono para huir de todo lo demás. ¿Por qué lo he hecho? A veces porque estoy teniendo un mal día, porque tengo prisa, o simplemente porque no me siento tan sociable como otras veces.
Y debo admitir que no sólo me ha pasado en la iglesia, me pasaba en la universidad, en grupos de amigos, en centros comerciales, o incluso me ha pasado en mi casa cuando regreso con algún problema y voy directo a mi cuarto para evitar hablar con mi familia de lo que me está molestando. Hago lo imposible por un momento volverme “invisible”.
Ser invisible a veces funciona como un mecanismo de defensa para que nadie pueda ver cómo nos sentimos. Y aunque puede sentirse como “lo que debería hacer,” muchas veces nos causa más dolor en nuestro interior y nos perdemos de la renovación y sanación que Dios quiere hacer en nosotras.
Sí, lo admito, muchas veces he querido ser invisible. Pero otras veces me he armado de valentía para mostrarme tal cómo soy y he recibido las experiencias más sanadoras y transformadoras de mi vida.
Recuerdo como hace más de un año, estaba en un evento de la iglesia y la pastora estaba hablando de cómo a veces vemos más las manos de Jesús que sus ojos. Vemos más lo que puede darnos o lo que va a hacer a través de nosotras, que se nos olvida que lo más importante es verlo a Él.
Yo estaba en un momento de mi vida en el que me sentía desenfocada. Tenía heridas recientes causadas por personas tanto dentro como fuera de la iglesia (y por mi misma) que había dejado de ver a Jesús y me había enfocado en mi dolor.
Por eso, cuando la pastora hizo la invitación a que pasaran al frente las personas que habían perdido su enfoque, no tardé más de dos segundos en levantarme de mi lugar y bajar las gradas hasta llegar al altar, ponerme sobre mis rodillas y llorar como niña (sí como niña, moqueando y todo).
Tengo que admitir que al principio en mi caminar con Dios me daba mucha pena hacer eso, pasar al frente y ser vulnerable. Porque “¿qué iban a pensar de mí?”.
Incluso aún más luego de haberme vuelto líder dentro de la iglesia. ¿Cómo iban a verme las personas de mi discipulado, mis líderes, las personas de mi grupo? Y sin darme cuenta estaba llevando ese mismo sentimiento con Dios, con miedo de mostrarle a Él qué había realmente en mi interior.
Pero con el tiempo fui aprendiendo que lo más importante es ser transparente con Dios sobre lo que me está pasando y lo que estoy viviendo. Porque cuando lo he hecho he recibido a cambio amor, perdón, gracia, protección, consuelo, paz; todo lo que mi corazón necesitaba.
Y esto es algo que he ido aprendiendo a hacer también con personas que sé que quieren lo mejor para mí y que pueden ayudarme. Gracias a que he decidido ser transparente y no invisible he podido encontrar nuevamente mi camino con Jesús.
Y es lo que quiero invitarte a hacer también, a dejar de esforzarte para que nadie te vea y te vuelvas transparente como el agua; que puede verse a través de ella y que, al estar en la fuente correcta, puede seguir fluyendo.
"Así, todos nosotros, que con el rostro descubierto reflejamos como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados a su semejanza con más y más gloria por la acción del Señor, que es el Espíritu." 2 Corintios 3:18
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